San Gil (Egidio) proviene de una familia real Griega.

Nació en Atenas, seguramente en el año 640 y murió en el año 721.
Sus padres, el Rey Teodoro y la Reina Pelagia le ofrecieron la mejor educación,
pero sobre todo le enseñaron a amar a Dios y sacrificar todo por el Reino de los Cielos.
Dicha educación pronto dio sus frutos en San Gil.
Se hizo famoso como experto en diversos campos, y un dechado de virtudes:
humildad, integridad moral, y misericordia para los pobres.
Después de que sus padres murieran prematuramente,
San Gil hizo entrega de toda sus riquezas a los más necesitados.
Un día, San Gil cubrió las heridas a un enfermo de gravedad y éste se recuperó rápidamente,
lo que fue tomado, según la opinión de la gente, como un gesto de Dios a San Gil por sus obras de caridad y por su santidad.

Aquel que ayude a los pobres, recibirá la recompensa de Dios.

Las noticias sobre este joven Santo se extendieron rápidamente.
Cada vez más gente le visitaba pidiéndole ayuda para sanar sus cuerpos y almas.
Para evitar la gloria humana, deja su tierra natal Grecia para trabajar por la gloria de Dios lejos de su familia
y del ajetreo y bullicio del mundo.
Cruzando el mar, llega al sur de Francia.
Allí, a las orillas del río Ródano (Rhône), conoció a Werdem, un joven devoto, con el que se fue al desierto para, una vez allí, dedicarse por completo al pensamiento de Dios y practicar cada vez más su amor hacia él.
Pero esa paz y tranquilidad no duraron mucho.
Su santidad y los milagros de Dios resultantes de su oración atrajeron a interesados y se extendió el rumor acerca de estos dos ermitaños.
Entonces San Gil pensó que sería más fácil evitar la gloria humana estando sólo.
Por lo tanto, encontró una cueva en las profundidades del bosque para pasar un tiempo de oración y trabajo.
Los rumores dicen que San Gil recibió una cierva procedente de Dios para hacerle compañía y alimentarle con su propia leche.
Precisamente fue la cierva la que le traicionó. Al parecer, esta fue la mano de Dios.

Un día, el rey visigodo Flavius fue a cazar al bosque y uno de sus cazadores persiguió a la cierva hasta su cueva.
La cierva entró en la cueva y los perros no pudieron entrar, entonces el cazador lanzó una flecha y en vez de alcanzar a la cierva, hirió a San Gil.
Entonces el rey se acercó a la cueva y le ofreció grandes riquezas.
Pero el ermitaño no tomó ningún tesoro, y sólo aceptó la oportunidad de construir un monasterio en ese lugar.
Desde entonces el rey visitó a menudo a San Gil, para rezar y pedirle consejos.
Pronto, cada vez más gente joven dispuestos a llevar una vida espiritual con San Gil como guía fueron a él.
El monasterio fue fundado y San Gil fue el abad, humilde, aceptó este hecho como la voluntad de Dios.
Su historia da testimonio de las palabras del Evangelio: no se enciende una vela para ocultarla o esconderla, sino para que brille a su alrededor.
San Gil dio luz y alumbró los corazones de los jóvenes de alrededor.
San Gil no sólo brilla, sino que encendió la guía del sagrado corazón para los jóvenes.
El monasterio se ha convertido en un fuego ardiente del amor de Dios.
Muchos vagabundos han encontrado refugio y han recuperado la inocencia perdida a través de la penitencia.
Viviendo allí, los ermitaños estaban liberados de todos los compromisos diarios y totalmente entregados al servicio de Dios a través de la oración, ayuno, justicia, piedad, bondad, pureza, además de otras virtudes, y así seguir implorando la bondad de Dios en la necesidad de la gracia.
La historia cuenta que San Gil, regresando a su monasterio desde la localidad de Nimmes, donde el rey Carlos le había pedido consejos, resucitó a un hombre muerto, y así convirtió a muchos liberales y solidificó la fe de los creyentes al mismo tiempo.

Poco después, se fue a Roma a las tumbas de los Santos Apóstoles para rendir homenaje al Papa, como sucesor de Pedro y vicario de cristo, y también para obtener de la Santa Sede los privilegios para su monasterio.
Al volver de Roma, anunció la fecha de su muerte a sus monjes y murió en paz entre ellos.